lunes, 10 de noviembre de 2014

El espejo alemán, Parte 1: No repetir los errores

El pasado 9 de noviembre se cumplieron 25 años de aquél día en el que el pueblo alemán decidió ser, nuevamente, uno solo. 25 años de aquél día en el que la gente en la calle derribó el Muro de Berlín. Esto ha sido motivo de reflexión y análisis de todo tipo, pues, un evento de semejante magnitud y significado no puede, ni debe pasar bajo de la mesa. Luego de mucho tiempo sin publicar en este blog, aprovecho la oportunidad para brindar mi humilde aporte y rescatar, no lo que ocurrió ese día, sino el trabajo de reconstrucción, reflexión y diseño institucional de una sociedad que decidió no repetir sus más grandes errores.

Nos remontamos a la Alemania de la posguerra: Devastada, dividida cual botín de guerra y con su Sociedad como único recurso para avanzar. La mitad oriental no tuvo más elección que ser extensión de la Unión Soviética de Stalin. La otra, bajo tutela inglesa y norteamericana, tuvo el reto y responsabilidad de reconstruirse.

El diseño institucional de Alemania, desde lo político-administrativo, hasta lo económico fue trazado con una cosa, y sólo una cosa en mente: Que de ninguna forma una minoría (por mayoritaria que sea) se apodere del país y lo hunda en la espiral de odio por el que el Socialismo Nacionalista los llevó. Toda institución en tierras teutonas está diseñada para que funcione sólo con el consenso se su sociedad, o de sus representantes. El sistema político administrativo es un sistema parlamentario, es decir, hay una clara separación entre el Jefe de Gobierno y el Jefe de Estado (como en un sistema parlamentario) pero el último es también un cargo de elección, no un monarca representante del Estado.
Como suele funcionar un sistema parlamentario, la mayoría del parlamento conforma el Gobierno. El Poder Legislativo está dividido en dos organismos: El Bundestag, que es un cuerpo unicameral electo bajo representación proporcional (por lo que todo partido político que llegue a la gente tiene su espacio) y el Bundesrat, que es un organismo conformado por los presidentes de los parlamentos regionales (como un Senado con más responsabilidad de representación de las regiones). Además de tener una amplia representación política de la sociedad, esta bicameralidad añade un nivel más de debate y un par de actores con poder de veto que tiende a hacer que las estructura del Gobierno sea producto del mayor consenso posible. Pero esto no es todo, pues el Jefe de Estado, o Presidente Federal, constituye uno de lo más importantes poderes de veto... Aunque básicamente sea eso. El Presidente Federal es elegido por un gran consejo que incluye a los miembros del Bundestag y a igual número de delegados regionales electos por los parlamentos de cada Estado. Esto la convierte en una elección de segundo y tercer grado simultáneamente. Este complejo proceso electoral no es producto de un capricho: Es una elección que no le da al Presidente Federal suficiente legitimidad de origen como para que se imponga sobre los otros Poderes. Por eso mismo, también, el Presidente carece de la facultad de gobernar por decreto en caso de emergencia.
El cargo de Presidente Federal es un cargo sin maniobrabilidad política, son funciones de ESTADO, léase que debe representar a todos los ciudadanos de Alemania independientemente de su posición. Por eso la Ley Fundamental, la Constitución alemana, obliga a quien quede elegido como Jefe de Estado a renunciar a cualquier militancia política. Si a esto sumamos la estructura de un Banco Central independiente, vemos un claro propósito en el diseño de la Alemania de la posguerra: Asegurarse de que un Hitler no se repetirá en la historia de esa nación. Aquí vemos una nación que se vio en el espejo de su peor tragedia. Una sociedad que, tras ser dominada por sus demonios, se enfrentó a ellos con el fin y la determinación de dominarlos y encerrarlos para siempre. Es así como vemos que el diseño institucional de un país, más que reflejo de su Sociedad, puede ser una prisión para sus demonios.
  

Es hora de verse en ese espejo...

Juan Carlos Araujo S.

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